Aquel primer año de colegio en el que me negué a que me echaran ceniza en la cabeza...
No sé si fue en preescolar o párvulos, o ya en primero de EGB. Lo que sé es que esa frase me sonó muy mal... «Polvo eres y en polvo te convertirás». ¡Uf!
Yo, desde luego, no iba a consentir que me echaran polvo en la cabeza mientras me decían cosas tan tenebrosas... :-D Así que le dije a mi madre que ¡a mí no! Y aquel día, mientras mis compañeras estaban en misa oliendo a polvo, y dejando que las ensuciaran con eso, yo me quedé en el recreo sentada en un banco.
Creo que recuerdo con detalle hasta el banco. En aquel rincón del recreo. Un banco de piedra gris. Tan gris como el polvo ese. Cerca de la puerta por la que aparecerían un rato después mis compañeras de clase tras salir de la iglesia. La ermita pequeña con estrellas en la bóveda celeste que cubría a la Virgen. Me recuerdo sola ahí esperando. Como nunca me ha importado estar sola, creo que no se me hizo larga la espera.
Recuerdo, luego, a las niñas enseñándome sus cruces de ceniza sobre la cabeza. Bueno..., no había sido para tanto, pero yo al menos no tenía la cabeza sucia... Llena de polvo. :-)
Ana Ávila de Luna
