─Por todo ello, pocos en España
se preocupan de lo público mientras su economía marcha como esperan, y así,
cuando se les complica, deciden que la culpa de todo la tienen los demás. Que
todos los políticos, quienes se ocupan del bien común, son unos ladrones. Es
una forma de ser inmadura, infantil. Demasiados, para más inri, ponen colofón a
sus quejas mostrando las palmas de las manos y soltando la frasecita «…a mí la
política no me interesa». Ignoran, irreflexivos, que la política es todo; es
cada detalle que un grupo humano establece para organizar su convivencia. Allá donde
miren verán los logros de la política. Ignoran, seguramente, que la palabra idiota proviene del ἰδιώτης griego, que definía al individuo desinteresado en
los asuntos públicos, en la actividad democrática del ágora. Parecen dedicar
su energía a evitar la reflexión, a no reconocer un trabajo de siglos gracias
al que su realidad es mucho más amable. Sin política, estaríamos aún divididos
en pequeñas tribus familiares, y no en países y uniones de países con millones
de personas en paz. Es obvio que la evolución humana es fruto, directa o
indirectamente, de la política. No habría sin ella nada más que chozas
desperdigadas y piedras, solo eso. Hasta en una pequeña tribu se establecen
unas normas y una jerarquía de poder, una forma de decidir su convivencia, y así
ya surge la política… El ser humano es un animal
político, lo sabía ya Aristóteles. Muchos dedican tiempo a la labor
política sin cobrar, o por una cantidad simbólica, en muchos pueblos... Muchos
políticos se entregan en cuerpo y alma, por vocación. Sí, igualmente los hay
que carecen de la honradez necesaria; advenedizos interesados solo en el
dinero o el poder. Pero los políticos son un reflejo de la sociedad a la que
representan, y más hace un político honrado por el bien común que mucha otra
gente que solo se ocupa de sí misma. Los que sabemos de nuestra honradez, estamos
seguros de que hay muchos otros como nosotros.
Extraído de la bilogía Recuerdos del desierto de Ana Ávila de Luna