Poesías de
José Zorrilla
La amapola
Flor solitaria y silvestre
Que a la luz sacas del sol
Cuatro pendones de púrpura
Que guarda tosco botón;
Pues en el campo te quedas
Y yo del campo me voy,
Tú con tus hojas de fuego
Y con mis lágrimas yo,
Dile al alma de mi alma
Que voy muriendo de amor;
Que entre tus hojas la dejo
Un ósculo y un adiós.
Porque tú, que habitas triste
En las soledades, flor,
Los espinos por abrigo,
El césped en derredor,
Por armonías, del aire
La ruda y salvaje voz,
Sin tallo que te sostenga
Cuando, a la lumbre del sol,
Brotando en agua las nubes
Se revientan en turbión;
Tú, flor, que ostentas tan sola
Tan encendido color,
Que me pareces tostada
Al calor de un corazón,
Bien puedes ser mensajera
De un enamorado adiós:
Que tan sola, pobre y débil,
Tan sin follaje ni olor,
De pasar en amargura
Tu existencia de aflicción,
Más razón no se me alcanza
Que tu solitario amor.
Porque expuesta al rudo viento
Y a la intemperie olvidada,
Recuerda tu nacimiento
La soledad y el tormento
Del ánima enamorada.
Porque insensible a otra idea
Que al delirio de tu amor,
El zarzal que te rodea
Y el vendaval que te orea,
Dan encanto a tu dolor.
Ni sientes del cierzo el ala
Que te sacude y arruga,
Ni cómo el tronco te escala,
Hollando la torpe oruga
Tu tosca y silvestre gala.
Ni cómo el áspero espino
Te rasga el manto de grana
Cuando sacude sin tino
Sobre tu pompa liviana
Su ropaje campesino.
Y pues sé, triste amapola,
Que ese encendido color
Que el rojo sol tornasola
No es más que un barniz de amor,
Y por amor vives sola;
Pues yo parto por amores
¡Oh flor! muy lejos de aquí,
Y en ti no he encontrado olores
Como encontré en otras flores
Que por los jardines vi,
En tu cáliz dejo preso
Un ósculo y un adiós;
Si te agobia tanto peso,
Guárdale a mi amor el beso,
Que para ella son los dos
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