Estábamos en el andén de la estación de Oamaru esperando el tren de Picton. Todo el mundo lo sabía y nos miraba a papá, a Bruddie, a June y a mí con conmiseración. A un extremo del andén, junto a la puerta de mercancías y los aseos de hombres, esperaba el director de la funeraria con el furgón de espaldas al andén. El quiosco de libros y las cantinas estaban abiertos, esperando al expreso, y las camareras, puestas en fila detrás del mostrador, aguardaban la avalancha de pasajeros que entrarían en busca de empanadillas calientes, bocadillos, pasteles y refrescos.
«Un ángel en mi mesa»
Janet Frame