-¡No vuelvas a pegarle al caballo!, ¿oyes? Una vez, en Ciudad del Cabo, me encontré con un hombre que le pegaba a su caballo, como tú. Llevaba un bonito uniforme, y le dije que si volvía a pegarle a su caballo le pondría perdido de arañazos y le destrozaría el bonito uniforme. Él no hizo caso, y una semana después volvió a pegarle al caballo. Fue una látima de uniforme.
Bolmsterlund seguía sentado en la carretera, lleno de estupor.
-¿Adónde va usted? -preguntó Pippi.
Bolmsterlund, atemorizado, señaló a una casa de campo que había junto a la carretera.
-Allí, a mi casa.
Entonces Pippi desenganchó el caballo, que temblaba de cansancio y de miedo.
-Ven aquí, caballito -le dijo-, que otro gallo va a cantarte.
Y levantándolo con sus brazos, lo llevó a su establo. El caballo parecía estar tan asustado como Bolmsterlund.
«Pippi Calzaslargas», Astrid Lindgren
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