Entonces el ruiseñor se ciñó más contra la espina, y esta llegó, por fin, al corazón, siendo entonces sacudido aquel por un terrible espasmo de dolor. Cuanto más penetrante era el dolor, tanto más vivo era su canto, porque cantaba el amor al que la muerte hace perfecto, el amor que no fenece en la tumba.
«El ruiseñor y la rosa»
Oscar Wilde