Y en tal estado de apacible meditación e insensibilidad, permaneció hasta que el reloj de la iglesia dio las tres de la madrugada. Todavía pudo vivir aquel comienzo del alba que despuntaba detrás de los cristales. Luego, a su pesar, su cabeza se hundió por completo, y su hocico exhaló débilmente el último aliento.
«La metamorfosis», Franz Kafka