MIS NOVELAS

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Mito de la Caverna de Platón

«Para esta noche» de J. Carlos Onetti


 -¿Cuántos años tenés? -preguntó a la figura de la chiquilina en el vidrio.

-Trece.
-Trece -repitió. «Y ahora me paro frente a una joyería a no sé qué horas de la noche. Lo mejor para no llamar la atención. ¿Por qué no habrán corrido la cortina de hierro?».
-Estoy resfriada -dijo ella-. No tengo pañuelo.
Buscó en los bolsillos y le alcanzó un pañuelo.
-Guardalo.
«La historia del pañuelo parece una seña; cada vez mejor. Unido por un cordón umbilical a una niña de trece años. En cuanto el judío abra la puerta la hago entrar de un empujón y desaparezco». Volvió a caminar y ella lo alcanzó enseguida, con aquel andar que parecía perfectamente la marcha de una niña de trece años, colocando a la vez toda la planta del pie en el suelo, doblando escasamente las rodillas.
-Esta es la calle -dijo en la esquina-. Por favor no salgas disparando si la cara del hombre no te gusta, si no te gusta que use corbata a rayas o la forma de los bigotes.
-No -dijo ella, moviendo la cabeza-. Aquel hombre no me gustaba y usted tampoco se quedó.
-Cómo me iba a quedar si te fuiste.
-¿Por eso no se quedó?
-Bueno, también por eso. No hables ahora. -«Y esa manera de no tutear, un poco burlona, y esa mansedumbre, tan segura de que no la voy a dejar como una vieja amante que sabe que quedan sobre la tierra y la cama dos o tres trucos infalibles»-. Es aquí -dijo tocándole el brazo. Quería tenerla en la sombra del corredor de piedra, más allá de los tachos de basura, y decirle que era aquélla la última posibilidad de salvarse, que si no podían quedarse allí ya no había lugar adonde ir y que seiscientas mil personas recorrían la ciudad, andaban por los techos con linternas y fusiles buscándolos.
La sujetó sin apretarla, una mano en cada hombro, ella fue levantando la cabeza hasta recostarla en la pared negra, avanzando la redonda barbilla, y él adivinó que la chiquilina tenía los ojos cerrados y que estaba tranquila, esperando, tan confiada en él como en la noche y la vida, apoyada en su absurda, enloquecida seguridad como en un pedazo de muro.
-¿Estás resfriada? -preguntó Ossorio.
-Un poco.

«Para esta noche», J. Carlos Onetti