(Y cuando ya casi no se los veía en el fondo de la rue de Nevers, cuando estaban llegando tal vez al sitio exacto en que un camión había aplastado a Pierre Curie («¿Pierre Curie?», preguntó la Maga, extrañadísima y pronta a aprender), ellos se habían vuelto despacio a la orilla alta del río, apoyándose contra la caja de un bouquiniste, aunque a Oliveira las cajas de los bouquinistes le parecían siempre fúnebres de noche, hilera de ataúdes de emergencia posados en el pretil de piedra, y una noche de nevada se habían divertido en escribir RIP con un palito en todas las cajas de latón, y a un policía le había gustado más bien poco la gracia (...)
«Rayuela», Julio Cortázar