No sé, exactamente, cuándo decidí aceptar irremediable la necedad humana, Santa María, Lavanda, el resto del mundo que ignoraría siempre. Abstenerme de contradecir. No sé cuándo aprendí a saborear silencioso mi total desavenencia con varones y hembras. Pero mi encuentro con Quinteros-Osuna, con su estupidez poderosa, con su increíble talento para ganar dinero, me produjo un desenfreno, me obligó a aceptar con entusiasmo aquella forma de imbecilidad que él me reconocía, con elogios exagerados, casi envidiosos. Por eso dije que sí a todo y agregué detalles, retoques, perfecciones.
«Dejemos hablar al viento», J. Carlos Onetti