«La ciudad y los perros» de Mario Vargas Llosa
(...) En la mañana, muy temprano, fui a la Plaza de Bellavista. No iba por ahí desde hacía dos años. Todo estaba igual, menos la puerta de mi casa que la habían pintado. Toqué y no salió nadie. Toqué más fuerte. De adentro, alguién gritó: «no se desesperen, maldita sea». Salió un hombre y yo le pregunté por la señora Domitila. «Ni sé quién es, me dijo: aquí vive Pedro Caifás, que soy yo». Una mujer apareció a su lado y dijo: «¿la señora Domitila? ¿Una vieja que vivía sola?». «Sí. le dije; creo que sí». «Ya se murió, dijo la mujer; vivía aquí antes que nosotros, pero hace tiempo». Yo les dije gracias y me fui a sentar a la plaza y estuve toda la mañana mirando la puerta de la casa de Teresa, a ver si salía. A eso de las doce salió un muchacho. Me acerqué y le dije: «¿sabes dónde viven ahora esa señora y esa muchacha que vivía antes en tu casa?». «No sé nada», me dijo. Fui otra vez a mi antigua casa y toqué. Salió la mujer. Le pregunté: «¿sabe dónde está enterrada la señora Domitila?». «No sé, me dijo. Ni la conocí. ¿Era algo suyo?». Yo le iba a decir que era mi madre, pero pensé que a lo mejor me andaban buscando los soplones y le dije: «no, solo quería saber».«La ciudad y los perros», Mario Vargas Llosa